sábado, 10 de noviembre de 2018

reformas - 1

Después de años de hacer planes sobre cual sería la fase uno, el protocolo a seguir, el orden correcto para reformar el piso sin tener ganas de quemarlo todo y empezar desde los cimientos el otro día, casi sin darme cuenta, estaba arreglando el techo de la cocina.
La verdad es que tuve un falso inicio antes de mi caída en el pozo de la ansiedad, las somatizaciones y la terapia y el pasillo se ha pasado años medio desengotelado, pero en realidad, la fase uno empieza por la cocina.
Y ahí estaba yo, subida a la escalera, quitando las molduras.
Mi cocina tenía (que bonito,el pasado) molduras, de porexpan, mugrientas porque no había manera de verlas limpias y ocultaban SECRETOS.
El primer secreto que salió a la luz fue el adhesivo de montaje aplicado con generosidad tanto en el techo como en las baldosas.
El segundo fue descubrir la calidad de la instalación eléctrica - que ahora tiene todo un apartado en el proyecto reforma - yuhu, que ilusión-.
El tercero fue el vacío entre la pared y el techo, unos dos dedos de alto, un par de palmos de ancho, sobre el armario encima del fregadero, una zona de fácil acceso donde las haya.

Porque mi techo tiene orografía, O-RO-GRA-FI-A que ha aparecido en forma de acantilados y capas sedimentarias ocultas bajo el papel, si, el PAPELl que alguien tuvo la brillante idea de poner encima de todo el paisaje. Porque el techo fué marrón oscuro, y marrón claro, y verde, y blanco. Es como una máquina de tiempo y para viajar atrás sólo necesitas gafas de seguridad, mascarilla y una rasqueta.
Por el sistema de cuevas al que se accedía por el agujero encima del fregadero subían  hasta mi piso los efluvios miasmáticos de décadas de aire encerrado rodeando las bajantes del edificio mientras ruidos de bestias antediluvianas reptaban desde las entrañas de la tierra. Por eso tapar el agujero se convirtió en el primer punto a solventar.
Pero, cómo lo hacía? Pues con albañilería creativa. Después de tirar agua bendita por el agujero just in case, utilicé unos recortes de porex( porque una todo lo guarda y aún estaba por casa la caja del ventilador que compré antes del verano) de la medida adecuada para unir la pared con el techo. Una vez creada esa barrera protectora mágica, con algún trozo de porex cayendo hasta las profundidades del averno, empezó el proceso de enmasillado y, poco a poco, el agujero desapareció.
Una vez clausuradas las cavernas procedí a eliminar el adhesivo de montaje de las baldosas, el del techo afortunadamente saltó con el papel podrido. Mazo en una mano y con un destornillador plano como cincel/escoplo recorrí el perímetro de la habitación haciendo saltar trozos de potingue. Con las gafas de seguridad puestas, of course. La mascarilla no. Odio la mascarilla. Mucho. Me siento morir cuando tengo que respirar detrás de ese engendro del diablo mucho rato. Y normalmente estoy medio ahogada y subida a una escalera, esto sí que es un deporte de riesgo y no el barranquismo. Así que si no es muy necesaria, me la quito. Las gafas no. I love las gafas de seguridad porque tengo como una tendencia natural a que me entren cosas en los ojos y acabar haciendo el pirata por el mundo poniéndome pomadas pringosas.
En mi cocina no hay luz, de la que se enciende al darle a un interruptor, porque desmonté el fluorescente del techo para poder rascar debajo. Eso implica dos cosas, uno - soy una experta cocinando cenas a la luz de una linterna y dos - por la tarde no se puede avanzar el trabajo porque no se ve nada, nada.
Así que la siguiente tarde que las agujetas me dejaron me puse a desengotelar el pasillo.
Desengotelar es un proceso muy satisfactorio. Mojas un trozo de pared, dejas que el agua empape la pintura y luego pasas la rasqueta. El gotelé de mi casa es de la variedad hiriente, vamos que si tropiezas es mejor caerse al suelo en plancha que intentar parar la caída en la pared, a no ser que te gusten las laceraciones, claro.
Ahora las paredes de mi pasillo son lisas, lisas. Especialmente después de la mano de masilla alisadora. La masilla alisadora es mi amiga, pensaba yo. Que producto más maravilloso. Lo fue.
Y ahora estoy desarrollando un fetiche estrañito y cada vez que paso por el pasillo acaricio la pared. Es lisa. Es suave. Es blanca. No tiene bultos ni me agrede. He exorcizado la pared.
Y hoy he intentado exorcizar también el techo de la cocina. Con masilla de alisado.
si...
eso he hecho
La gravedad no es amiga de la masilla alisadora.
La masilla alisadora ya no es mi amiga.
Creo que me odia.
Soy una croqueta de masilla.
A ver, que el techo está mejor y mucho menos orográfico pero yo tengo masilla hasta en las tetas.
Menudo espectáculo. Yo, la gracilidad en persona, gafas puestas, pelo tapado, subida a lo más alto de la escalera como la cabra del espectáculo con la paleta en una mano y el bote de CUATRO QUILOS de masilla en la otra. Bueno, apoyado contra mí rollo bebé extraño de mal llevar.
Y para arriba, y para abajo, y mueve la escalera y empieza otra vez. Hasta que la orografía vieja ha desaparecido, si bien se ha generado un poco de relieve nuevo.Veo mucha lija (y mascarilla) en mi futuro. Estoy muy ilusionada, que sí, que parece que estoy llorando pero es de felicidad, de verdad os lo digo.

Se que tengo brazos porque me duelen.

Seguiré informando.

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