Una de las cosas que he aprendido de mis miles de horas de
inmersión cienciaficcionera es que hay que preservar la cultura en un medio de
fácil acceso que no requiera de ninguna tecnología avanzada para su uso: el
libro, en papel, de toda la vida.
Si (cuando) una civilización cae, su tecnología cae con
ella. Y Mad Max nos enseñó que la vida post-tech es dura y hay mucho polvo.
Si toda la información, si todos los logros tecnológicos y
todas las historias inventadas están guardadas en una nube digital ¿de qué le
servirán a esas generaciones futuras? ¿cómo podrán acceder? En un mundo sin
electricidad un kindle es una bandeja.
No digo que tengamos que memorizar cada uno un libro à la
Fahrenheit 451 pero si no contamos con una casta de bibliotecarios para preservar
la tecnología como en Trantor más nos vale guardar la información en papel.
Quizás en una de las perneras del tiempo existirán
neo-monjes recluidos en neo-monasterios dedicados a conservar y renovar el
conocimiento, copiando libros y actuando como centros de cultura y de
formación. Y la civilización se extenderá en anillos concéntricos alrededor de
estos sitios.
En los bancos de semillas por si la catástrofe llega, no se
guardan los genomas de las especies codificados en binario y comprimidos en una
base de datos para que la gente del futuro bla bla bla, se guardan semillas.
Porque son la unidad mínima y necesaria de información para producir una planta
nueva.
Por eso propongo crear bancos de libros para el futuro.
En búnkers con atmósfera controlada.
Lejos de las grandes ciudades donde quizás (seguramente)
caigan las bombas.
Para que esos libros sean las semillas de la civilización
que vendrá.
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